Me
caéis mal. Habitualmente no suelo caer en la vulgaridad, porque soy una dama,
una señorita, una digna idiota. Pero esta noche he de decir que me siento
banal, fría, áspera, hija de puta. Seré vulgar y diré que me la sudáis. Y que
no me duele que el sentimiento sea recíproco. Deseo que me odiéis por lo zorra
que soy, creedme, lo soy. Me aburre hablar del tiempo, de lo crecido que está
ese hijo subnormal que tienes. ¡Encantada de conocerte, un placer, mucho gusto,
a su disposición! Me da igual. Quisiera que todos me odiarais para poder
odiaros sin parecer una sociópata. Qué poco tardaríais en colocarme dentro de
varias categorías de cualquiera manual diagnóstico al uso. Pero yo no dudo de
mi cordura, sino de la vuestra. Por la cual prolongáis el sufrimiento de la
inútil diplomacia y hacéis del cinismo la razón de nuestras vidas. Yo quisiera
pasar mis domingos masturbándome con porno prefabricado, con mucha, mucha
violencia. Me encanta acariciarme el clítoris, antes de dormir, al despertar,
mientras oigo como llega el camión de la basura y pienso: ¡Oh, joder, mientras
ellos trabajan yo me retuerzo de placer!, antes de las cenas familiares. Me siento
delante de Ana, una puta frígida que utiliza los cubiertos como si fueran de
cristal fino. Sé que Ana advierte que me he corrido pensando en lo idiota que
es, y yo le sonrío, en una pose confirmatoria. Sé que causo asco y deseo,
admiración y mucha compasión. Ésta última es mi favorita, compasión. A mi
abuela le hace tan feliz que vaya a estas cenas, me besa el pelo y me dice que
soy su nieta favorita. -¿Y Ana? – Le pregunto. –Ana es gilipollas – me dice
bajito, al oído. Y nos reímos. Mi abuela nunca podría adivinar cuánto odio
alberga mi alma, pero nunca me juzgaría. Por eso no me importa limpiar su
mierda, beber sus lágrimas, secar su miseria. Pero Ana nunca lo haría, Ana no
se ensucia las manos, la exquisita diplomacia tiene sus ventajas. Y me la suda,
¿eh? Éste es mi código. Lo que me permite levantarme cada día y sonreír, aunque
piense que os odio, que me la sudáis. Aunque cada noche sea una hija de la gran
puta y cada mañana un esbozo encantador del monstruo en que me habéis
convertido.
martes, 11 de junio de 2013
Cursos para principiantes.
Al
abrir mi e-mail llega una oferta: escritura para principiantes. Y me tocáis los
cojones. Aprende a crear, dicen, aprende a poner palabras a tus sentimientos,
leo. ¡Qué asco! Y os imagino a todos, sentaditos, en fila, dispuestos a crear.
A aprender a crear, perdón. ¡Sentid, joder! Dejad que os inunden las palabras,
que os golpeen en el pecho y os aturdan las rimas, acogedles en vuestra piel y
dadles cobijo cuando ni vosotros mismos os atreváis a pronunciarlas. ¿Acaso no
son los versos más puros aquellos que no escribimos con la mente? Escritura
para principiantes, cómo crear historias que cautiven, sigo leyendo. ¿A quién
sino a nosotros mismos debemos cautivarnos? Escribir para otros, qué fatal
idea, ¡Y qué de moda está! Pasad de nivel. Abriré mi e-mail: curso para
escritores de best-sellers. E imagino que en éste se estudiará el algoritmo de
la perfecta novela idiota. Del poema que rima sin sonar. De las palabras que
nadie siente. Ni el escritor, ni el lector. Palabras que aún en tinta se
revelan vacías. Palabras que en nuestras bocas serían pura poesía. Lo coloco en
la carpeta de spam. Y escribo, aunque sólo sea para decir que me tocáis los
cojones. Para reivindicar en soledad la belleza del sinsentido que es escribir
esto, en este preciso instante, aunque no pueda explicarlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)