martes, 11 de junio de 2013

Cosas varias.



Me caéis mal. Habitualmente no suelo caer en la vulgaridad, porque soy una dama, una señorita, una digna idiota. Pero esta noche he de decir que me siento banal, fría, áspera, hija de puta. Seré vulgar y diré que me la sudáis. Y que no me duele que el sentimiento sea recíproco. Deseo que me odiéis por lo zorra que soy, creedme, lo soy. Me aburre hablar del tiempo, de lo crecido que está ese hijo subnormal que tienes. ¡Encantada de conocerte, un placer, mucho gusto, a su disposición! Me da igual. Quisiera que todos me odiarais para poder odiaros sin parecer una sociópata. Qué poco tardaríais en colocarme dentro de varias categorías de cualquiera manual diagnóstico al uso. Pero yo no dudo de mi cordura, sino de la vuestra. Por la cual prolongáis el sufrimiento de la inútil diplomacia y hacéis del cinismo la razón de nuestras vidas. Yo quisiera pasar mis domingos masturbándome con porno prefabricado, con mucha, mucha violencia. Me encanta acariciarme el clítoris, antes de dormir, al despertar, mientras oigo como llega el camión de la basura y pienso: ¡Oh, joder, mientras ellos trabajan yo me retuerzo de placer!, antes de las cenas familiares. Me siento delante de Ana, una puta frígida que utiliza los cubiertos como si fueran de cristal fino. Sé que Ana advierte que me he corrido pensando en lo idiota que es, y yo le sonrío, en una pose confirmatoria. Sé que causo asco y deseo, admiración y mucha compasión. Ésta última es mi favorita, compasión. A mi abuela le hace tan feliz que vaya a estas cenas, me besa el pelo y me dice que soy su nieta favorita. -¿Y Ana? – Le pregunto. –Ana es gilipollas – me dice bajito, al oído. Y nos reímos. Mi abuela nunca podría adivinar cuánto odio alberga mi alma, pero nunca me juzgaría. Por eso no me importa limpiar su mierda, beber sus lágrimas, secar su miseria. Pero Ana nunca lo haría, Ana no se ensucia las manos, la exquisita diplomacia tiene sus ventajas. Y me la suda, ¿eh? Éste es mi código. Lo que me permite levantarme cada día y sonreír, aunque piense que os odio, que me la sudáis. Aunque cada noche sea una hija de la gran puta y cada mañana un esbozo encantador del monstruo en que me habéis convertido.

Cursos para principiantes.



Al abrir mi e-mail llega una oferta: escritura para principiantes. Y me tocáis los cojones. Aprende a crear, dicen, aprende a poner palabras a tus sentimientos, leo. ¡Qué asco! Y os imagino a todos, sentaditos, en fila, dispuestos a crear. A aprender a crear, perdón. ¡Sentid, joder! Dejad que os inunden las palabras, que os golpeen en el pecho y os aturdan las rimas, acogedles en vuestra piel y dadles cobijo cuando ni vosotros mismos os atreváis a pronunciarlas. ¿Acaso no son los versos más puros aquellos que no escribimos con la mente? Escritura para principiantes, cómo crear historias que cautiven, sigo leyendo. ¿A quién sino a nosotros mismos debemos cautivarnos? Escribir para otros, qué fatal idea, ¡Y qué de moda está! Pasad de nivel. Abriré mi e-mail: curso para escritores de best-sellers. E imagino que en éste se estudiará el algoritmo de la perfecta novela idiota. Del poema que rima sin sonar. De las palabras que nadie siente. Ni el escritor, ni el lector. Palabras que aún en tinta se revelan vacías. Palabras que en nuestras bocas serían pura poesía. Lo coloco en la carpeta de spam. Y escribo, aunque sólo sea para decir que me tocáis los cojones. Para reivindicar en soledad la belleza del sinsentido que es escribir esto, en este preciso instante, aunque no pueda explicarlo.