lunes, 16 de abril de 2012

Idiota.

Pequeño y dulce idiota. Tu pecho asoma entre mis manos y te descubres al nuevo día entre los últimos suspiros de una noche interminable. En tu cabeza suenan versos de Benedetti al ritmo del violín. Dentro de mí todavía reina el caos, mi cuerpo fatigado se enrolla entre sábanas y arrumacos impronunciables.

Pequeño, pero tierno, idiota. Comenzando a crear la banda sonora de nuestra vida, imaginando corazones sobre el frío sudor de mi espalda. No pronuncies esas palabras o saldré volando de esta cama. Tú y tu poesía, tus planes caducos, tu cubertería a plazos, tus fotos de la mili anidando en mi salón. Te imagino en mi pecho dos veces por semana, admiro tu incipiente alopecia y te dejo adueñarte de mi almohada.

Siempre fui más de Baudelaire, te dejo, ingenuo, dormido, con una mueca feliz y los labios contra el colchón. Pequeña y dulce idiota, qué grande eres... me repito mientras desciendo la avenida, pero qué grande eres... (y qué sola estás).


miércoles, 11 de abril de 2012

¿Por qué?

¿Por qué siempre le pasaba a ella? ¿Por qué nunca podría ser una persona normal? Cuánto ansiaba poder preocuparse por el IVA, la factura de la luz, el precio de un kilo de tomates o la hernia de la anciana del segundo. De verdad, lo necesitaba. Un trabajo mediocre, queso light en la nevera, una caldera que arreglar, dos hijos normalitos, ni muy listos ni muy tontos. Uno con algún déficit de atención, alguna pijada, algo por lo que poder llevarle al psicopedagogo. Eso estaba de moda. Esas familias modelo, con geranios en el balcón, haciendo terapia conjunta los sábados a mediodía. Podría conocerle a él, médico… o abogado… no, eso está muy visto, necesitamos algo más moderno, Abril, se decía… experto en energías renovables, guau, eso estaría genial, suena muy minimalista, pensaba. Pero allí estaba ella. Decenas de relaciones frustradas más tarde, rodeada de gatos enfermos y un pastel de zanahoria quemándose en el horno. Ella, con su complejidad, rodeada de felinos con patas vendadas y heridas de guerra. Ella, que habría deseado ser la quinta Beatle y chapurrea francés mientras entona una canción de Charles Aznavour. 


lunes, 2 de abril de 2012

Un amor radical.

Los mejores amores son los que nunca empiezan y nunca acaban. Los que aborrecen lo diplomático y las formas. Lejos del amor hipotecado, cordial y solemne, lejos de la convencionalidad y el estilo marcado. Amores que nacen y mueren en un mismo segundo para resucitar detrás de las esquinas, amores del revés, de piel erizada y enternecimiento carnal. Amores de asombrarse y delirio, de fobias y éxtasis. Cólera y cariño, rabia y compasión. Que se mofan del equilibrio y sufren con la frivolidad, desnudos e insensatos. Amor de musa, de tú y de rencor, de frenesí y sin voz. Amores a contraluz, de rascacielos y soledad. Amores tan efímeros que duran siempre, otoño en el adiós y enero en la basura. Amor, sudor y lamento, anarquismo, rutina y pasión. Recuerdan los desvíos, los huesos tras el albornoz. Amores con carisma, tímidos e insurgentes, anónimos. Chiflados de terciopelo, melancólicos aterrados por el deseo matemático. Alarmados por un querer caduco y el compás. El amor de lluvias agridulces y abril revolucionario. Aspirar a un amor azul, bipolar, adicto a la piel. Un amor de verdad, un amor radical.