lunes, 2 de abril de 2012

Un amor radical.

Los mejores amores son los que nunca empiezan y nunca acaban. Los que aborrecen lo diplomático y las formas. Lejos del amor hipotecado, cordial y solemne, lejos de la convencionalidad y el estilo marcado. Amores que nacen y mueren en un mismo segundo para resucitar detrás de las esquinas, amores del revés, de piel erizada y enternecimiento carnal. Amores de asombrarse y delirio, de fobias y éxtasis. Cólera y cariño, rabia y compasión. Que se mofan del equilibrio y sufren con la frivolidad, desnudos e insensatos. Amor de musa, de tú y de rencor, de frenesí y sin voz. Amores a contraluz, de rascacielos y soledad. Amores tan efímeros que duran siempre, otoño en el adiós y enero en la basura. Amor, sudor y lamento, anarquismo, rutina y pasión. Recuerdan los desvíos, los huesos tras el albornoz. Amores con carisma, tímidos e insurgentes, anónimos. Chiflados de terciopelo, melancólicos aterrados por el deseo matemático. Alarmados por un querer caduco y el compás. El amor de lluvias agridulces y abril revolucionario. Aspirar a un amor azul, bipolar, adicto a la piel. Un amor de verdad, un amor radical.

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