Pequeño y dulce idiota. Tu pecho asoma entre mis manos y te descubres al nuevo día entre los últimos suspiros de una noche interminable. En tu cabeza suenan versos de Benedetti al ritmo del violín. Dentro de mí todavía reina el caos, mi cuerpo fatigado se enrolla entre sábanas y arrumacos impronunciables.
Pequeño, pero tierno, idiota. Comenzando a crear la banda sonora de nuestra vida, imaginando corazones sobre el frío sudor de mi espalda. No pronuncies esas palabras o saldré volando de esta cama. Tú y tu poesía, tus planes caducos, tu cubertería a plazos, tus fotos de la mili anidando en mi salón. Te imagino en mi pecho dos veces por semana, admiro tu incipiente alopecia y te dejo adueñarte de mi almohada.
Siempre fui más de Baudelaire, te dejo, ingenuo, dormido, con una mueca feliz y los labios contra el colchón. Pequeña y dulce idiota, qué grande eres... me repito mientras desciendo la avenida, pero qué grande eres... (y qué sola estás).
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